San Lorenzo atraviesa uno de los peores momentos. Muchas personas que trabajan en el club hace muchísimos años se animan a decir, con los micrófonos apagados, que el Ciclón atraviesa el peor momento de su historia moderna, incluso más crudo que los fatídicos 2011 y 2012.
Durante el otoño abdista el descenso estaba a la vuelta de la esquina, y hoy, si bien es una realidad, es algo que se piensa más para el año entrante. Entonces, ¿por qué estamos peor?
Tanto en aquella época como en los tiempos que corren existían las variables de la crisis económica, el poco peso en AFA y el desastre futbolístico, pero el fin de la década LATI tiene una característica tan inusual como nociva: la sensación de vacío. El hincha de San Lorenzo se siente sin rumbo y no existe nada peor que la desesperanza, la desazón, la falta de horizonte, porque sabe que en San Luis no se tocó fondo, que el fondo está mucho más abajo, y nada (ni nadie) está deteniendo la caída.
Durante aquel 2012, así como en tantos otros malos momentos de los últimos 20 años, en las más profundas oscuridades aparecía una luz, que muchas veces estaba representada por aquel poderoso e influyente empresario de medios que todo lo que tocaba lo convertía en oro y que direccionaba el pensamiento de todos los argentinos. Paradójicamente, aquella misma luz, junto a su protegido y falso hermano, llevaron a San Lorenzo a un pozo bien hostil.
La gestión Lammens-Tinelli en sus distintas fórmulas jamás sacó menos del 80% de los votos, y la gente los apoyó luego de un año nefasto como fue el 2019. Ante ese contexto, Lammens respondió borrándose por más de dos años, y Tinelli, presidente del club, se fue porque “empezaba su programa” y “estaba muy ocupado”.
Es decir, el presidente está de licencia viviendo su vida de rico, el vicepresidente segundo gobierna el club por whatsapp, renunciaron dos tesoreros, asumió uno sin antigüedad, se fueron algunos vocales y otros asambleístas. Luego de un apoyo del 80% del padrón, no hay otra definición para esto que la traición.
Traicionaron a los socios, cosa que también implica que el actual gobierno de San Lorenzo no es democrático. Una democracia madura no solo implica el voto cada cuatro años, sino también solicita el cumplimiento del contrato electoral establecido en campaña. O por lo menos, cumplir con lo más básico y elemental de ese contrato: estar, no borrarse. Estar.
Pero si bien el presente es desolador, no se puede bajar los brazos. A partir de este análisis, se desprende lo primero que deben intentar las agrupaciones opositoras: mostrar un horizonte, proponer un futuro, convocar, generar una causa por la que valga la pena luchar y comprometerse. Es imperioso generar una ilusión, porque la bronca es fea, pero mucho más fea es la angustia y la impotencia. La furia se puede canalizar en acción, y la acción puede ser el motor del cambio.
Y para terminar con la cabeza arriba y cortar un poco con tanto lamento, es preciso recordar que, si bien la luz está cada vez más lejos, cuando la noche es más oscura se viene el día en tu corazón, porque en definitiva San Lorenzo es muy grande para que se lo lleven puesto.